Inauguración: sábado 1 de marzo de 2025, 12 h.
El Convent, Espai d'art, Calle Hospital, 5
Vila–real, Castellón
Adrià Miko (2024)






Oficio
Una persona que tiene oficio tiene una habilidad extraordinaria: ejerce una maestría.
Antiguamente, los oficios se aprendían en la praxis de un taller en el que un maestro transmitía lo que sabía a sus discípulos o aprendices. Hoy por hoy, el aprendizaje de un oficio se lleva a cabo de diferentes maneras, en todo caso, si la persona que se adiestra en esa disciplina es autodidacta, tal vez se sorprenda al escuchar decir, que en las escuelas y en algunas universidades, también se aprenden oficios.
Nos encontramos ante un pintor de oficio, formado en los preceptos y cánones clásicos que precedieron a la cultura visual actual (desbordante de posibilidades, heredera de la imagen analógica y seducida por la digital). Adrià Miko se sitúa como artista plástico vinculado a la pintura, a pesar de todos los pesares .De sus primeros retratos, destacaría el maravilloso encuentro que hizo hace muchos años, con la belleza encarnada en la piel de su madre, llevando el término realista a un maravilloso ejemplo: rico en matices de color y luz, dotó a la figura estimada de expresión y vitalidad, en manchas de color depositadas con sutileza… con maestría.En aquella época, se representaba a sí mismo, en su faceta más grotesca, sucia y animalesca, desafiando los límites de los cánones establecidos, con actitudes provocadoras llevadas al límite.Me aventuro a afirmar, que estas dos facetas, siguen latentes en el trabajo que tantos años después desarrolla como pintor.
Admiro cómo se despoja de la cantidad de prejuicios, lastres y ataduras que no le hubieran permitido definir un estilo propio para ejercer su libertad como profesional del arte y sobre todo como artista.
Situada delante de sus lienzos, sea cual sea el tamaño, me enfrento al imaginario de un pintor joven pero maduro, libre y valiente; a una pintura fresca, llena de energía, sugerente, atrevida… casi desbordante, provocadora y firme. Todo parece fácil aunque no lo sea, aunque el camino conductor hasta este lugar en el que nos encontramos, estuviera plagado de incertidumbres, decisiones muy concretas, opciones definidas y retos inconfesables.
Cosas divertidas
Dirijo la mirada hacia atrás, un poco volcada hacia la derecha y veo toda una colección de mujeres representadas con delicadeza, sensibilidad y sensualidad a pesar de la simplicidad de las formas y el atrevimiento en el uso del color. Mujeres en su faceta más natural y desenfadada, cerca del agua, o simplemente con botas de goma, enmarcadas en escenarios lúdicos. Entre ellas, un joven con su flotador… cuánto menos curioso. Cada una de esas figuras es autónoma y protagonista de su lienzo.
Una de ellas, me acerca a un grupo de animales que encontraré más adelante… un poco más a la derecha. Es una mujer con rabo, un rabo rojo y puntiagudo combinado con unas alas blancas; ambos elementos impropios en un cuerpo humano. Todo este panorama pictórico me desvela una mirada atrevida e inteligente y a la vez, de talante desenfadado. Si le hubiera preguntado en ese momento al artífice, tal vez me hubiera contestado: “solo quiero hacer cosas divertidas”.Continúo mi recorrido contagiada por la fascinación de toda una colección de animales, que parecen querer escapar de su lienzo y me viene a la cabeza la Ménagerie de la corte francesa en 1668, el año del animal: ¡cuánto hubieran dado qué hablar estos animales evocados entre los partidarios de Aristóteles y los de Descartes!
Por momentos, veo almas escondidas detrás de amplias pinceladas, de arremolinados cuerpos o de retratos de fieras casi humanizantes y de repente, me veo arrastrada por la energía del movimiento que confieren estos animales, casi máquinas, congelados en lienzos para que podamos apreciar la complejidad de su gesto.
Estas criaturas reflejan y provocan a la vez fascinación: algunas de ellas, dibujan incluso sonrisas en espectadores de diversa índole.
Tropiezo raudo
Era una niña y le pregunté ¿qué quieres ser de mayor?
– Amazona, me gustan los caballos.
Los caballos gustan, afirmó Adrià Miko y pienso que tenía razón.
Entre todas las fieras, ésta se deja domesticar (no sin dificultad), sin perder su gracia, armonía y belleza. Sus patas se muestran esbeltas y gráciles y sus crines y su cola peinan movimientos. Hay una cierta coquetería que se transforma en vitalidad cuanto más desbocada es la velocidad a la que galopan. Saber si se elevan del suelo con sus cuatro patas o no, quedó resuelto en 1873 en la obra de Muybridge y ahora, ante esta serie de pinturas, desvelada la hazaña, se intenta entender el recorrido imposible de cuatro patas que recuerdan el cuerpo de la cobra , la cola del tigre o la de otras fieras antes imaginadas por Adrià. Caballos raudos, poderosos, exultantes; desbordando su propio espacio pictórico convertido en una caja de forma abrupta y generando a la vez, un tropiezo raudo. Menuda contradicción: una sorpresa nada dramática sino más bien divertida una vez más.
Me gustan los caballos, los caballos también gustan.