Del 6 de abril al 15 de junio de 2024

De jueves a viernes de 18 a 20 h.

Sábado de 11 a 13 h y de 18 a 20 h.

Festivos cerrado excepto 30 de marzo y 17 de mayo.


INAUGURACIÓN: SÁBADO 6 DE ABRIL

El Convent, Espai d'art, Calle Hospital, 5. Vila–real, Castellón.

Alejandro Ocaña (2023)

Aquel día que cumplí cinco años y se me cayeron todos los dientes

Tengo cinco años. Estoy delante de la tele merendando mientras miro aquella serie de dibujos animados que hacen por las tardes protagonizada por un conejito blanco. Me encanta esta serie. Es mi favorita. Lo que más me gusta de la serie es la canción de los títulos de inicio. Siempre la canto a todas horas. La canto en la escuela, la canto en la bañera, la canto mientras mi madre me hace la cena o mientras mi padre me anuda los zapatos. Justo en el momento en que termina el programa, llaman al timbre. Son mis amigos de la escuela. Me dicen que baje, que han encontrado un sitio que tengo que ver. Me llevan a un prado verde que se encuentra a las afueras de la ciudad, todo cubierto de flores y de piñatas gigantes. Parece una fiesta. O bien, una fiesta que ya ha terminado. Una fiesta abandonada en la que ya no hay nadie. Lo único que hay son restos de pastel por el suelo y el confeti y los caramelos de las piñatas. No sabemos quién estaba aquí antes. No sabemos porqué hacían esta fiesta, pero nos da igual. Es una fiesta y nos viene bien.

El universo de Alejandro Ocaña (Vila-real, 1999) puede relacionarse con el concepto de unheimlich o uncanny, muy vigentes en la actualidad artística. En este sentido, a menudo transita en un espacio entre lo conocido y lo desconocido, entre lo humano y lo que no lo es, generando de este modo un desconfort en el espectador. Ejemplos muy claros de esto los observamos en objetos como robots humanoides, muñecas, u otras cosas que nos resultan familiares, pero que, al observarlas de cerca, vemos que algo no funciona como debería funcionar, que no es tan conocido o tan humano como parecía. En la literatura, a menudo el unheimlich se presenta en fenómenos como los doppelgänger, los fantasmas, los hermanos gemelos, personalidades múltiples y otras variaciones del tema del desdoblamiento del ego. Según Lacan, lo extraño nos sitúa «en el campo donde no sabemos distinguir entre lo malo y lo bueno, el placer del disgusto», resultando en una ansiedad irreductible.

En la obra de Alejandro este estilo se observa a través de una fusión de lo infantil con lo perturbador. Para conseguir esta fusión, utiliza la idea de la manualidad como base para sus producciones, utilizando prácticas y materiales relacionados con la infancia y con el juego; sin embargo, dándoles un tinte oscuro, trasladándolos a un lugar cutre y trash, que es desagradable de ver, extraño, y que incluso da un poco de miedo. Alejandro se presenta formas y figuras que tantean lo creepy o escalofriante. En la exposición, vemos que todas las piezas ríen, como si participaran en una fiesta, pero la fiesta en cuestión es algo macabra, algo perturbadora. A partir de figuras propias de la fiesta, de la infancia (juguetes, patinetes, piñatas) o elementos que nos remiten al kitsch, es decir, a todas estas formas degradadas de arte que caen en el mal gusto y en la fealdad; Alejandro nos traslada a su mundo, un mundo degradado y macabro donde las fronteras entre lo bueno y lo malo son difusas.

La exploración del hecho ridículo o cutre nace por una necesidad generacional de ir en contra de un mundo rígido, que premia la excelencia y sobreproducción por encima de todas las cosas. En un paradigma como éste, se nos ha enseñado desde muy pequeños que la producción es la prioridad, y se nos ha hecho creer que todo lo que debemos hacer en la vida se basa en competir. Nos hemos convertido contra nuestra voluntad en herederos y esclavos de un sistema basado en la hiperproductividad y el hiperconsumo. Hemos bebido de la idea que la meritocracia es el sistema más justo posible, y al darnos cuenta que no es real, lo hemos escupido de nuestra boca y hemos caído de rodillas al suelo, rindiéndonos a la llegada del absurdo y del fracaso.

En un clima como éste, se han dejado de lado las cosas que nos hacen propiamente humanos, como el juego. Por tanto, la reivindicación de una manera de hacer las cosas incorrectas y la irreverencia contra un sistema corrupto y sin sentido, son supervivencia. Alejandro busca, entre otras cosas, reírse de sí mismo para poder, en consecuencia, reírse de todos; ser un artista del fracaso.

Algo que se parece algo a mí y no soy yo también nos habla de la identidad que el artista crea al hacer arte, que no tiene porque estar relacionada con la personalidad real (o sí). Esta idea del artista como personaje proyectado, fruto indirecto de su propio arte, es un tema muy actual. Siempre ha existido de una u otra forma, pero hoy en día, con la proliferación de plataformas que tienen tanta repercusión sobre la concepción de la identidad como las redes sociales, cada vez está más en boga.

Alejandro te invita a una fiesta. Mejor dicho, una fiesta que ya ha terminado. Empleando elementos como botellas, piñatas o pasteles y utilizando diferentes medios, como plastilina, madera o barro, busca esa estética entre infantil/naif y lóbrego/turbio, te introduce en ese espacio posfiesta en el que todo el mundo ya se ha ido y miras el espacio con resaca y cansamiento.

Piensas en lo bien que te lo has pasado, pero todo ya está demasiado reventado para continuar. Todo el suelo está sucio y pegajoso y el cuerpo te huele a tabaco y alcohol. No te apetece continuar allí, pero no te vas. Hay algo que no te deja marchar. No sabes muy bien lo que es, pero no puedes. Es entonces cuando aceptas que la única forma de superarlo será haciendo otra fiesta. Otra fiesta para olvidarte de todo lo que todavía tienes que recoger y limpiar. Otra fiesta para poder darle, todos juntos, un sentido a este caos.

Maria Monzó Pitarch y Enric Marzà Grau