Del 6 de abril al 15 de junio de 2024

De jueves a viernes de 18 a 20 h.

Sábado de 11 a 13 h y de 18 a 20 h.

Festivos cerrado excepto el 17 de mayo.


INAUGURACIÓN: SÁBADO 6 DE ABRIL 12 H.

El Convent, Espai d'art, Calle Hospital, 5. Vila–real, Castellón.

Jesús Monterde (2019)

Ullal. Sobre Jesús Monterde

ullal [u ál] m. HIDROL. Clot on naix un riu, cavitat d’on brolla l’aigua d’una font. m. [LC] [ZOA] [MD] Dent puntuda situada entre la darrera incisiva i la primera premolar.

Existe en los campos, en esa vida rural amenazada por el olvido, una honda soledad. Es la soledad de sus gentes, supervivientes de una cultura ancestral que está estrechamente arraigada a la propia tierra, que cultivan con sencillez y austeridad. Ese espacio que otrora los poetas enaltecían a través de las bondades de
la naturaleza, de la humildad de sus habitantes y la belleza de sus parajes, es ahora, y por desgracia, un lugar condenado a la desaparición. La vida en los pueblos, tal y como la conocemos por las historias de nuestros antepasados, no volverá a ser lo que fue; de ahí que sea necesario empezar a mirar desde otra perspectiva esa existencia primitiva, tradicional, pretérita.

La paulatina y constante desruralización ha provocado que esa vida campestre, basada en una economía de subsistencia ligada a la ganadería y agricultura, sea un mero testimonio de un pasado que muchos, en plena era tecnológica, prefieren ignorar. Lejos queda ya el beatus ille, esa alabanza a la vida retirada que Horacio promulgara a través de los versos de sus Epodos y en los que ofrecía una visión estoica de la vida. Las ciudades únicamente nos conducen a la servidumbre y, por ende, a la infelicidad, exclamaba el poeta antiguo. De forma similar, el francés Jean Giono afirmó que poco a poco, con el paso de los años, nos hemos sumido en
un sistema social que se priva de la naturaleza, que la desvirtúa e, incluso, ningunea. Las tareas de esa existencia campesina ya no nos seducen. ¿O sí?

El arte nos ayuda a redescubrir nuestro hábitat, el lugar donde vivimos. En este sentido, las imágenes de Jesús Monterde nos ayudan a redescubrir una cultura que creíamos ya extinta pero que sobrevive, una cultura que esconde tras de sí la esencia del ser humano, que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de sí mismas. Muchas de estas escenas pueden resultar triviales, pero todas y cada una de ellas encierran una profunda carga emocional. El poder de observación de Monterde es muy intenso, casi visceral, pero gracias a esa crudeza revela una belleza inusitada, al tiempo que compone una metáfora de esa larga y honda soledad arcaica.

La potencia visual de las imágenes de Monterde nos permite ver la dureza de una vida de cicatrices y heridas, una vida desolada pero en absoluto extinta. Somos testigos, también, de la fortaleza de sus pobladores, personas que permanecen fieles a sus costumbres. En cierto sentido, estas escenas, muchas de ellas demoledoras por su franqueza, sirven de estudio antropológico, aunque estamos, más bien, ante un diario personal sobre el entorno vital del propio Jesús, cuya pretensión original es, simple y llanamente, hablar del ciclo natural de la/su vida. Monterde emprende por tanto una marcha solitaria por la geografía que mejor conoce, la de su día a día, y lo hace con el propósito de contarnos de forma directa que esas costumbres y actitudes perduran todavía, que forman parte de nuestra historia y que deben ser reconocidas e, incluso, dignificadas, pues son fuente de una cultura viva, latente.

Con su particular estilo, directo y sin aspavientos, el fotógrafo de Benassal no precisa de estrategias narrativas externas para captar la atención del espectador. La fuerza de sus imágenes, su sinceridad, basta para atraernos, para subyugarnos y adentrarnos en unos paisajes que sí están cargados de simbolismo; un simbolismo que comprende un modo de vivir y de entender la vida y que puede llegar a plantear cuestiones más profundas como qué ocurre en el campo o cómo entendemos el campo hoy en día. Cada escena refleja un sentir profundo que de un modo u otro nos cautiva. Son imágenes de las que es imposible desentenderse y que versan sobre nuestro territorio y nuestra cultura, sobre nuestra propia identidad.

Imágenes incisivas que no dejan indemne a quien las observa, revelaciones acerca de una colectividad que se mantiene fiel a sus principios y que, pese a su aparente soledad está repleta de vida, o más bien, es fuente de vida. Tierra, luz y oscuridad, experiencia y resistencia al fin y al cabo.

Eric Gras