Inauguración: sábado 1 de marzo de 2025, 12 h.

El Convent, Espai d'art, Calle Hospital, 5

Vila–real, Castellón

Laura Leal (2025)

La tuve clara y la tuve oscura

“Escucha, hija, presta atención e inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre”. Salmo 45:10 

“¿Adónde va? Va allí donde escucha que se pronuncian unos sonidos mucho más apremiantes que los nombres mismos”. Pascal Quignard. 

Una monja recibe su nombre de la boca de otra monja. Todas hijas, todas madres, todas hermanas, se mimetizan y suceden durante siglos dentro de sus órdenes, como células de una piel. Su deseo es más vasto que la reproducción social. Su vida es en comunidad, su búsqueda es solitaria. 

Al verlas orar intuyes una búsqueda intensa. Dice Pascal Quignard que es un error pensar que un cuerpo que permanece inmóvil no está viviendo una experiencia ambiciosa. Ancladas por el rosario al mundo de la forma, elevadas al trance con la repetición de rezos. Irrumpiendo en un tiempo sagrado muy distinto a aquel desde el que yo las miro. Pero ¿cómo mirar aquello que está hecho para no ser visto? La clausura existe para ponernos en guardia contra nuestra natural obsesión por lo que se ve. 

Durante meses las visito. Las escucho, las fotografío, me sitúo en el lugar del secreto. ¿Quién es esta otra? ¿De qué goza? ¿Es ese goce más completo que el mío? La clausura intensifica la efectividad simbólica de todo lo que sucede dentro. Añade capas de imposibilidad, evidencia la estructura del deseo. A lo largo de este tiempo me sorprendo envuelta en su misma lógica, algo se detona en esa inaccesibilidad física y visual del convento, lo que Certeau llama una especie de erótica; todo un juego de desvelamiento y ocultamiento, de presencia y ausencia, de fascinación por el misterio del otro que siempre se escapa. Persiguiéndolas a ellas me pregunto ¿será mi búsqueda parecida a la suya? 

La poesía y el arte son territorios limítrofes del lenguaje donde la mística ha podido encontrar cierta capacidad de comunicación de su experiencia, caracterizada por escapar a lo decible. “Y allí que yo me pare” es el último verso de un poema de la monja y mística cristiana Matilde de Magdeburgo y el título de este proyecto fotográfico que aborda una doble búsqueda. Por un lado la de ellas, monjas de clausura, que se despojan de sí para llenarse del Otro, entregadas a una causa por la que abandonan la certeza social, en un lugar en el que entienden que nada -pobreza, encierro, ayuno, silencio, ausencia- es algo, que la falta es la evidencia de lo que no está. Por otra parte mi búsqueda, incesable desde que tengo memoria, del enigma que encarna la otra, de su goce y su secreto. En el discurso místico cristiano femenino encuentro la confluencia entre esta búsqueda del otro y la experiencia radical de goce. El tipo de sujeto al que abordo y persigo habita un registro del ser y no del tener. Se somete a un mecanismo voluntario de empobrecimiento radical, abraza la incompletud, celebra la falta, transforma la pérdida en ofrenda. Se siente cubierto por la sombra de algo que no alcanza a ver. Sus experiencias se sitúan en el límite de lo decible, enfrentándose continuamente a la insuficiencia del lenguaje. El cuerpo y vida de las monjas de clausura es un 

espacio performativo donde el exceso de lo divino se inscribe allí donde faltan las palabras. 

Para Dios la creación, para el humano la repetición. La mística persigue la unión con el Otro y propone un acercamiento a este a través de una serie de prácticas llamadas ejercicios mistagógicos, basados en una repetición que conduce al trance, como rezos, mandalas o salmos. Tradicionalmente la jerarquía sensorial ha sido muy distinta para hombres y mujeres; la espiritualidad femenina ha tenido un carácter muy material, dándose en ella una obsesión táctil y visual en las prácticas devocionales desde la edad media. Rescato este tipo de materialidad visual, históricamente denostada por la religión institucional, reinterpretando la práctica mistagógica, creando ejercicios visuales repetitivos de unión, separación, completitud y fragmentación con flores presentes en las escenas que fotografío. Unos ejercicios que han acabado dialogando con el resto de fotografías, que me ayudaban a arrancar un trozo del misterio que allí me encontraba, situado en ese territorio extremo de lo inexplicable, para observarlo después y analizarlo hasta su disolución. Estas imágenes nacen de la imposibilidad de otras, que persigo y se retiran constantemente. 

En ellas las flores se deforman, se unen y separan, como en la experiencia mística la forma tiende a lo informe. Su repetición es obsesiva como lo es mi búsqueda. Y lo hacen sobre el cielo y sobre la oscuridad porque, como me dijo una Hija de la Sagrada Familia cuando le pregunté si siempre había tenido clara su vocación: “La tuve clara, y la tuve oscura”. 

“Es místico aquel o aquella que no puede parar de caminar y que, con la certidumbre de lo que le falta, sabe, de cada lugar y de cada objeto, que no es eso, que uno no puede residir aquí, ni contentarse con esto”.

 

Michel de Certeau

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