Del 6 de abril al 15 de junio de 2024

De jueves a viernes de 18 a 20 h.

Sábado de 11 a 13 h y de 18 a 20 h.

Festivos cerrado excepto 30 de marzo y 17 de mayo.


INAUGURACIÓN: SÁBADO 6 DE ABRIL

El Convent, Espai d'art, Calle Hospital, 5. Vila–real, Castellón.

Sergio Luna (2017)

El álbum de cada cual

Hi ha tres anècdotes personals, relacionades amb la fotografia, que d’alguna manera m’han marcat especialment.

Mon pare ha treballat des de la seua infància en tot tipus de feines efímeres. Entre les que jo conec, podria citar: repartidor de begudes, obrer, veremador, cantiner en un cine, cambrer, mosso de magatzem en fàbriques de conserva, a més de nombrosos treballs com a ajudant i aprenent. Curiosament, a mitjan anys seixanta, va treballar com a fotògraf en l’únic estudi fotogràfic que hi havia al meu poble. Aquesta pot ser la raó que hi haja tantes fotografies de mon pare d’aquella època, a pesar que en la seua família ni tan sols comptaven amb càmera de fotos, ni podien permetre’s fer-se fotografies d’estudi. Encara sabent que mon pare no és un expert en tècnica fotogràfica (càmeres, laboratori…), i ni de bon tros en fotografia, aquest fet em reconforta enormement.

Hay tres anécdotas personales, relacionadas con la fotografía, que de algún modo me han marcado especialmente.

Mi padre ha trabajado desde su infancia en todo tipo de empleos efímeros. Entre los que yo conozco, podría citar: repartidor de bebidas, albañil, vendimiador, cantinero en un cine, camarero, mozo de almacén en fábricas de conserva, además de numerosos trabajos como ayudante y aprendiz. Curiosamente, a mediados de los años sesenta, trabajó como fotógrafo en el único estudio fotográfico que había en mi pueblo. Ésta puede ser la razón de que haya tantas fotografías de mi padre de esa época, a pesar de que en su familia ni siquiera contaban con cámara de fotos, ni podían permitirse hacerse fotografías de estudio. Aún sabiendo que mi padre no es un experto en técnica fotográfica (cámaras, laboratorio…), y mucho menos en fotografía, este hecho me reconforta enormemente.

No recuerdo muy bien dónde se guardaban los álbumes familiares en la casa donde nací, pero recuerdo perfectamente el sitio exacto donde mi madre metía los negativos de las fotografías. Estaban en una vieja caja de zapatos, en un armario empotrado que, entre otras cosas, albergaba una extraña enciclopedia del ser humano que me causaba terror, con una página en donde aparecía un ojo en primer plano al que le inyectaban algo con una jeringuilla. Además, justo encima de la caja de los negativos, había una pequeña colección de revistas con varias Interviú. Mi interés por la fotografía viene de mi infancia. Tendría ocho o nueve años cuando me introduje por primera vez en las entrañas de un laboratorio, porque mi hermana, tres años y un día mayor que yo, aprendió a revelar fotos por aquella época. Más tarde, tanto en el instituto como en el Bachillerato Artístico, revelábamos fotos en blanco y negro en clase.

A finales de los años noventa, unos años antes de que mis padres se mudasen de casa, pensé en recoger la caja de los negativos y positivarlos para ver qué encontraba, en un intento por descubrir aquellas fotografías que no se hubieran pasado a papel por cualquier motivo y, por lo tanto, no estuvieran en los álbumes de fotos. Pero cuando abrí el armario, la caja no estaba. No me sorprendió porque mi madre siempre andaba realojando las cosas del salón. La sorpresa vino cuando le pregunté dónde había guardado la caja con los negativos y me dijo que la había tirado porque ocupaba espacio.

Hace poco, revisando con detenimiento los álbumes familiares, me di cuenta de cómo se esfumaba el aura de algunas imágenes que recordaba de cierta forma, al compararlas con las fotografías reales. Entre todas, destaca una que me llama muchísimo la atención y en la que nunca me había fijado. Se trata de una típica escena de celebración familiar. En primer plano aparecen unas manos que brindan con copas. Detrás del brindis está mi madre, sonriendo con un aspecto muy ochentero, y justo al lado estoy yo, mirando al espectador a través de una cámara, una Kodak compacta que supuestamente hacía muy malas fotos. Es evidente que estaba jugando y no hay registro de la foto que disparé. Pero este gesto, el de fotografiar al fotógrafo, me recuerda un pequeño fragmento de una película de los hermanos Lumière, que puede interpretarse como el primer acercamiento entre el cine y la fotografía. El metraje muestra a una brigada de fotógrafos que asisten a un congreso de fotografía celebrado en Lyon en 1895. En cierto momento, mientras desembarcan, uno de ellos planta un trípode delante del cinematógrafo de los Lumière y los fotografía. Aunque no hay existencia de esa foto, se sabe que el fotógrafo era el astrónomo Pierre Jules César Janssen. En nuestro caso, el autor de la imagen inexistente soy yo mismo, y sigo sin recordar quién disparó la fotografía.

TAXONOMÍA DE UN ÁLBUM

Me gusta pensar en el álbum familiar como un relato visual que inmortaliza los mejores momentos de nuestra vida, o por lo menos aquellos que alguien decide conservar. Se hojea en grupo una y mil veces, activando los mismos recuerdos hasta convertirlos en lugares comunes. No nos enfrentamos a esas imágenes con neutralidad, sino a través de la propia experiencia o de aquello que nos han contado.

Por otro lado, la distribución de las fotografías va guiando el sentido de la narración. Su orden no es casual, sino que se agrupan por afinidades: fotos pertenecientes a un mismo lugar que forman pequeñas series, fotos reunidas según la persona retratada, fotos ordenadas de modo cronológico o imágenes que por su tamaño y forma se han colocado en una página determinada para optimizar el espacio, en composiciones geométricas perfectamente ensambladas.

Ese cúmulo de sugerencias me fascina, hasta el punto de centrar esta exposición en un álbum de fotos familiar, uno de los que ha marcado la construcción de mi propia imagen de la infancia y de mi familia. He dibujado sus fotografías, y las he redistribuido de nuevo para crear un nuevo relato. He tomado fragmentos, he jugado con superposiciones, ampliaciones y otros recursos que alteran su sentido original, enfatizando o desestabilizando su puesta en escena, en un intento de abordar el relato de una forma despersonalizada, para abrirlo y establecer nuevas relaciones entre las propias imágenes y todos aquellos elementos externos –texturas, reversos, papeles y cámaras– que las hacen posibles.

Sergio Luna